She's like a rainbow
Coming colors in the air

miércoles, 17 de agosto de 2011

Sobre los vidrios para leer.





PRIMER DÍA.
VÍSPERAS

-¡Qué maravilla! -seguía diciendo Nicola-. Sin embargo, muchos hablarían de brujería y
de manipulación diabólica. . .

-Sin duda, puedes hablar de magia en estos casos -admitió Guillermo-. Pero hay dos
clases de magia. Hay una magia que es obra del diablo y que se propone destruir al
hombre mediante artificios que no es lícito mencionar. Pero hay otra magia que es obra
divina, ciencia de Dios que se manifiesta a trav‚s de la ciencia del hombre, y que sirve
para transformar la naturaleza, y uno de cuyos fines es el de prolongar la misma vida del
hombre. Esta última magia es santa, y los sabios deberán dedicarse cada vez más a ella,
no sólo para descubrir cosas nuevas, sino también para redescubrir muchos secretos de
la naturaleza que el saber divino ya había revelado a los hebreos, a los griegos, a otros
pueblos antiguos e, incluso hoy, a los infieles (¡no te digo cuántas cosas maravillosas de
óptica y ciencia de la visión se encuentran en los libros de estos últimos!). Y la ciencia
cristiana deber recuperar todos estos conocimientos que poseían los paganos y poseen
los infieles tamquam ab iniustis possessoribus.

-Pero, ¿por qué los que poseen esa ciencia no la comunican a todo el pueblo de Dios?

-Porque no todo el pueblo de Dios está preparado para recibir tantos secretos, y a
menudo ha sucedido que los depositarios de esta ciencia fueron confundidos con magos
que habían pactado con el diablo, pagando con sus vidas el deseo que habían tenido de
compartir con los demás su tesoro de conocimientos. Yo mismo, durante los procesos
en que se acusaba a alguien de mantener comercio con el diablo, tuve que evitar el uso
de estas lentes, y recurrí a secretarios dispuestos a leerme los textos que necesitaba
conocer, porque, en caso contrario, como la presencia del demonio era tan ubicua que
todos respiraban, por decirlo así, su olor azufrado, me habrían tomado por un amigo de
los acusados. Además, como advertía el gran Roger Bacon, no siempre los secretos de
la ciencia deben estar al alcance de todos, porque algunos podrían utilizarlos para cosas
malas. A menudo el sabio debe hacer que pasen por mágicos libros que en absoluto lo
son, que sólo contienen buena ciencia, para protegerlos de las miradas indiscretas.

-¿Temes, pues, que los simples puedan hacer mal uso de esos secretos? -preguntó
Nicola.

-En lo que se refiere a los simples, sólo temo que se espanten, al confundirlos con
aquellas obras del demonio que con excesiva frecuencia suelen pintarles los
predicadores. Mira, he conocido médicos habilísimos que habían destilado medicinas
capaces de curar en el acto una enfermedad. Pero suministraban su ungüento o infusión
a los simples, pronunciando al mismo tiempo palabras sagradas, o salmodiando frases
que parecían plegarias. No lo hacían porque estas últimas tuviesen virtudes curativas,
sino para que los simples, creyendo que la curación procedía de la plegaria, tragasen la
infusión o se pusiesen el ungüento, y se curasen sin prestar excesiva atención a su fuerza
efectiva. Y además para que el ánimo, estimulado por la confianza en la fórmula devota,
estuviese mejor dispuesto para acoger la acción corporal de la medicina. Pero a menudo
los tesoros de la ciencia deben defenderse, no de los simples, sino de los sabios. En la
actualidad se fabrican máquinas prodigiosas, de las que algún día te hablaré, mediante
las cuales se puede dirigir verdaderamente el curso de la naturaleza. Pero, ¡ay! si
cayesen en manos de hombres que las usaran para extender su poder terrenal y saciar su
ansia de posesión. Me han dicho que en Catay un sabio ha mezclado un polvo que, en
contacto con el fuego, puede producir un gran estruendo y una gran llama, destruyendo
todo lo que est alrededor, a muchas brazas de distancia. Artificio prodigioso si fuese
utilizado para desviar el curso de los ríos o para deshacer la roca cuando hay que roturar
nuevas tierras. Pero, ¿y si alguien lo usase para hacer daño a sus enemigos?




(El nombre de la rosa)
(Umberto Eco)

No hay comentarios:

Publicar un comentario