She's like a rainbow
Coming colors in the air

jueves, 15 de marzo de 2012

Emilio

 Emilio viaja en subte todas las mañanas. Se sube en Juramento a las ocho y media para llegar a las nueve puntual a la oficina.  Casi nunca consigue sentarse, pero ese jueves lo consiguió. Su traje lo hace sudar, en la espalda y en las sienes. No hay  aire acondicionado en los subtes de Buenos Aires. Ese jueves,  los 27 grados centígrados prevenían el calor del resto del día. Buenos Aires iba a arder.

           Emilio se sienta en el asiento del medio, para no tener que cederlo si sube una embarazada o un rengo, o una vieja. El pantalón se le pega a las piernas.  En José Hernández el subte vuelve a la normalidad: hay más gente que la que cabe,  y cada aceleración o freno repentino hace tropezar a las señoras y caer objetos.
Lleno,  húmedo, hirviendo,  la hilera de vagones recorre las vías que serpentean debajo de la ciudad. Y el calor. Emilio se sofoca, como todos, pero al menos va sentado, cierra los ojos. La vibración del movimiento siempre le dio modorra, lo tienta a  dormir.  Así que cierra los ojos y escucha el ensordecedor traqueteo, el sonido que  rebota de pared en pared en el túnel, haciendo que el subte parezca un monstruo de las profundidades.
            Pero en la cotidianeidad del viaje hacia 9 de Julio, un sonido distinto despierta a Emilio.   Es un rugido, una tormenta, es una ruptura, es como un terremoto.  El tren se mueve normalmente, solo el sonido desconcierta.  Lo desconcierta. Emilio es el único perturbado. La gente continúa con la mirada perdida, o leyendo, o mirando sus celulares, o charlando. Nadie se inmuta con semejante estruendo, semejante  bramido que parece salir de la tierra.  Que parece la tierra rompiéndose.
            Emilio suda más, ya no es  el calor, un miedo incontrolable le recorre la espina dorsal y cuando llega a la boca no lo puede contener:   “¡El barro!- vocifera- ¡El barro nos va  a tapar!”. Desesperado mira por la ventana, tanto se asoma que lo tienen que meter entre varias personas. Nadie sabe qué pasa. Él sí. Él ve que allá adelante, moviéndose con fuerza, un alud de barro y basura corre  al encuentro con el tren. Sólo Emilio lo escucha, lo siente, lo sabe. El choque se produce, el barro inunda cada vagón rápidamente, y Emilio no puede escapar, el barro lo alcanza, lo ahoga.
             Los familiares dicen a los periodistas que cubren el horror, que Emilio no sufría de delirios, que nunca dio indicios de locura y que no entienden qué pasó. Los testigos, pasajeros que compartieron el viaje esa mañana, dicen a los periodistas que Emilio empezó a gritar de terror, que se quiso arrojar del tren en movimiento y que gritaba algo del barro. Los policías dicen a los periodistas que Emilio murió antes de llegar a la estación Tribunales,  por un paro cardíaco y  después de una crisis nerviosa.
             Pobre Emilio. Los diarios al día siguiente publican la noticia: “Un hombre murió  de un paro cardíaco ayer mientras viajaba en la línea D del subterráneo, después de sufrir un ataque de pánico y alucinaciones (…)”. La familia no puede con su dolor, la mujer de Emilio espera que los médicos terminen de trabajar.  El mismo miedo frío que recorrió la espalda de su marido ahora recorre la suya cuando lee el resultado de la autopsia. Allí lee que Emilio murió ahogado. Allí lee que sus pulmones, nariz, boca y estómago estaban llenos de barro. 

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