Emilio viaja en subte todas las mañanas. Se sube en Juramento a las ocho y media para llegar a las nueve puntual a la oficina. Casi nunca consigue sentarse, pero ese jueves lo consiguió. Su traje lo hace sudar, en la espalda y en las sienes. No hay aire acondicionado en los subtes de Buenos Aires. Ese jueves, los 27 grados centígrados prevenían el calor del resto del día. Buenos Aires iba a arder.